Hoy Celebramos a Santa María Virgen, Madre de la Compañía de Jesús

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Desde el año 1541, cada 22 de abril, se celebra la fiesta de Santa María Virgen, Madre de la Compañía de Jesús. Se trata de una advocación mariana que nació en el círculo de los primeros jesuitas, liderados por San Ignacio de Loyola, cuya devoción se ha extendido a toda la Iglesia impulsada por la presencia e importancia de la Compañía de Jesús para la catolicidad. El 22 de abril de 1541, los primeros jesuitas realizaron los votos solemnes (pobreza, castidad y obediencia) ante la imagen de Santa María Virgen ubicada en la basílica romana de San Pablo de Extramuros. Aquél día quedó sellado el vínculo entre la Madre de Dios y el alma jesuítica; vínculo que había marcado la conversión del mismo Ignacio y de los hombres que se fueron uniendo al proyecto. El veintidós de abril He aquí parte del relato de lo sucedido aquel día. Estuvieron presentes San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y los miembros del grupo inicial (Salmerón, Laínez, Broet, Jay y Codure): “C

Hoy se celebra a San Lorenzo de Brindisi, el fraile que “valía lo que un ejército”

Cada 21 de julio la Iglesia celebra a San Lorenzo de Brindisi, franciscano capuchino nacido en Brindis (Italia) en 1559, proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa San Juan XXIII.

Me basta Jesús crucificado

Giulio Cesare Russi -nombre con el que fue bautizado- destacó en los estudios desde pequeño, gracias a su buena memoria y la claridad de su razonamiento. De adolescente tocó las puertas de los franciscanos capuchinos y fue recibido por ellos con beneplácito. Giulio se descubría llamado a ser santo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís.

A poco de haber ingresado a la vida religiosa, tuvo un diálogo con su prior. Este quiso advertirle sobre la dureza y austeridad de la vida franciscana:

"Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?", preguntó el joven Lorenzo. "Sí, lo habrá", respondió el superior. "Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir, por amor a Él, cualquier padecimiento", acotó el muchacho quien, al recibir el hábito religioso, tomó el nombre de “Lorenzo”.

Como diácono empezó a predicar con insistencia en diversos lugares. El don que Dios le concedió para la predicación produjo muchas conversiones. Después, ya de sacerdote, el Papa Clemente VIII le encomendó un ministerio muy especial: predicar a los judíos e intentar ganarlos para Cristo -Lorenzo conocía muy bien la lengua hebrea, el arameo y el caldeo-.

El secreto de una buena homilía

Cierto día un sacerdote le preguntó cuál era su “secreto” para predicar tan bien, a lo que el santo respondió: "En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte, a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo".

Fray Lorenzo fue también ejemplo de ascetismo y sobriedad con las cosas materiales: dormía sobre tablas, se levantaba en las noches a rezar los salmos, ayunaba con pan y verduras, huía de los honores y hacía su mejor esfuerzo para mantener el buen humor con todos.

Viajó a Alemania para unir fuerzas con el Beato Benito de Urbino. Ambos capuchinos se dedicaron a la atención de las víctimas de la peste que asoló aquellas tierras hacia el último cuarto del s. XVI. Acompañado por Benito, fundó conventos en Praga, Viena y Gorizia.

Contrarreforma

Lorenzo deseaba contribuir así con el movimiento de la contrarreforma. En ese sentido, se inspira en lo hecho por el holandés Pedro Canisio y se entrena en la dialéctica teológica. Fruto de sus disputas con teólogos protestantes son, por ejemplo, las Lutheranismi hypotyposis (Luteranismo hipotético) en tres volúmenes y una síntesis de las Disputationes de Roberto Belarmino.

Fray Lorenzo sería elegido superior general de su Orden, los Hermanos Menores Capuchinos, desempeñándose en el cargo entre 1602 y 1605. Después de ese periodo pidió no ser reelegido, pues pensaba que Dios lo prefería dedicado a otro tipo de menesteres.

"Seguro de que él solo valdría lo que un ejército" (Clemente VIII)

Y vaya que Dios tenía otros planes para el franciscano. El Papa Clemente VIII le pide a Lorenzo que colabore con el emperador germano Rodolfo II y este lo convierte en su representante diplomático. El santo tuvo que lidiar para conseguir el apoyo de los príncipes alemanes para enfrentar la invasión de los turcos.

Viéndose involucrado con la casta militar, se hizo capellán del ejército germano. Antes de la batalla definitiva, Fray Lorenzo fue quien arengó a los soldados, de pie y a gritos, frente a la primera línea. Su única arma: el crucifijo y su gran fe. Ese día, los turcos sufrieron una aplastante derrota.

Obrero de la paz

De vuelta tras la victoria, el santo permaneció en el convento de Gorizia. Después el Papa le encomendó otras misiones diplomáticas en favor de la consolidación de la paz en diversas partes de Europa.

El santo se retiró finalmente al convento de Caserta. Allí era frecuente verlo arrebatado, en éxtasis, durante la celebración de la Misa. Partió a la Casa del Padre el 22 de julio de 1619, el mismo día de su cumpleaños. Fue canonizado en 1881 y en 1959 San Juan XIII le otorgó el título de Doctor de la Iglesia.

Si quieres conocer más sobre San Lorenzo, puedes leer el siguiente artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Lorenzo_de_Brin


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